domingo, enero 10, 2010

Vidas Cruzadas

Vidas cruzadas

El Ultimo Café

Era un día como cualquier otro, volver del trabajo y encender la estufa calada de frío, cambiarme de ropa y sentarme ante el pc para encontrarme con un mail de ella, que me producía tanta alegría al leerla en la distancia, pero esta vez no era como siempre, todo lo que leía era tan irreal que el desconcierto me dejó algo paralizada, lo releí varias veces remontándome al pasado. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que quise encontrarlo?, ¡casi 4 décadas desde la primera vez!, luego pasó una década más para que volviera a intentarlo y hoy, a más de treinta años después de esa primera vez, mis ojos pasaban por decenas de páginas del Google en donde figuraba su nombre. Miraba las fotos buscando en su cara algún parecido conmigo, algo que me dijera que “ese” que estaba mirando era mi padre, pero la imagen me devolvía la silueta de un hombre mayor casi anciano, cabello blanco, tez trigueña y una sonrisa de dientes parejos que seguramente no eran los suyos ya. Mis manos temblaban mientras el corazón dolía sordamente, no existía en mí un atisbo de cariño o alegría, simplemente era curiosidad mientras el estómago se contraía.
Mi hija trabajaba para la Ciudad de Buenos Aires y era ella la que lo había encontrado buscando justamente, figuras de bailarines de tango para un evento de la tercera edad. Yo vivía a 12 mil km de distancia en otro continente, específicamente en un pueblito de Catalunya Sallent provincia de Barcelona y todo esto me era tan extraño, es otra la edad en donde sólo me motivaba el fisgoneo y una sensación de déjà vu instalado en los huesos. Devoraba páginas queriendo descubrirlo, había recorrido el mundo siendo un “milonguero”, pertenecía a los tangueros de la década del 40, en donde los niños bien iban al cabaret para bailarlo,…¡era un tanguero! y reconocido.
Tenía su dirección de correo electrónico y me decidí a escribirle sin esperar respuesta, ya lo había hecho en el pasado y esta vez no era distinta de esa vez, la única diferencia era que mis palabras llegarían directamente a él sin intermediarios. El mail estaba cargado de incertidumbre y decía así:
Ricardo:
No sé bien como comenzar éste mail, ni cómo llamarte ya que mi nombre es Mónica Vidort y según mi documentación hija tuya. En varias oportunidades de mi larga vida he tratado de encontrarte, no me fue posible aunque he llegado a hablar con tus tías y por ellas he sabido algo de vos.
Hoy que vivo concretamente en Barcelona, por una coincidencia, encontré en el Google tu nombre buscando el mío. De ésta manera supe mucho más de vos, conocí tu rostro que me estuvo vedado todos los años que tengo (54) y que reconozco no encontrarle parecido al mío ya que soy un calco de mí mamá, Rosita; pero el color de la piel la heredé de vos.
Es extraño estar contándote cosas, es extraño escribirle a un padre que nunca tuve y seguramente no sabe nada de mí, ni de mi hermana Silvia, es extraño haberte descubierto a través de una página de internet, en donde buscaba poesías mías que están en concurso.
La paradoja de mi vida es haber cantado tangos y amarlo, y sin saberlo, vos seas un famoso maestro de tango. Mi vida estuvo vinculada al arte siempre, desde tocar la guitarra, bailar, pintar y dibujar con carbonilla, hoy escribo y amo la literatura.
No sé que más contarte, sólo compartir con vos mí sorpresa y esperar si en algún momento me escribes, con esto no estoy pretendiendo recuperar el tiempo perdido, si bien llevo tu misma sangre, lo que hace al amor y el cariño es el contacto diario, algo ausente en nuestras vidas.
Recibe mi respeto y un cálido saludo.
Mónica Vidort
Ya había sido mandado el mail, no había vuelta atrás y sólo cabía esperar y,... no sé que esperaba. Fue una noche llena de sobresaltos, el desvelo instalado en cada poro pensando sin saber que pasaría mañana,…mañana. La respuesta no se hizo esperar, al día siguiente al volver del trabajo y como un rito después de encender la estufa, abro el correo y lo veo allí esperándome. La ansiedad se convirtió en un torbellino de sensaciones, el palpitar acelerado, espasmos abdominales, sudoración con un frío que pela y una ausencia total de un sentimiento que no habitaba dentro mío. Su mail era prometedor y lleno de culpa, decía así:
Dios te ha traído a mi vida aunque me quede poco tiempo, también la tía Ñata ya fallecida el año pasado, me dijo de tus llamadas, pero como siempre, viajo constantemente por el mundo bailando y enseñando en más de 23 países y muchas ciudades. Jamás pondría una excusa a mis errores pues nunca he dormido con la paz que debiera haber tenido. Aún así, ya casi con 77 años y enfermo de una grave dolencia, Dios me mandó éste castigo y una de las grandes causas es mi débito contigo y con Silvia. No obstante veré como tendremos, si tú me lo permites contacto, pues iría a Barcelona ya que me han pedido un libro de la historia de éste milonguero, que sólo supo bailar sin tornar la cabeza atrás y ver cuánto había perdido. Si sé que es difícil para ambos retornar pero es algo que de alguna manera les debo, por favor déjame tratar de llegar y veremos si cabe vuestro perdón, pues quien no supo cómo mantener éste contacto, tal vez no merezca nada. Me encanta la idea de que estés en el arte, pues éste fue parte, gran parte de mi vida y aún prefiero ver El Prado que bailar. No me siento bien te la seguiré mañana pues tomo unos medicamentos que me dejan mal y somnoliento. Mañana seguiré aún diciéndote más. Déjame daros a ambas un gran abrazo, las amo aún en ésta forma tan atroz y con tanta distancia…Ricardo.
Hubo otro mail mío que él jamás leyó, nunca supo que Silvia había muerto antes que él de la misma y cruel enfermedad. Se encontraba en New York cuando dejó ésta historia inconclusa y me fue notificada por una medio hermana que tengo y que padeció igual suerte, sólo que ella atesoró momentos vividos con él y su bohemia, que yo no tengo, sólo hay un vacío enorme que ya nunca se llenará.
La vida está llena de encrucijadas donde un sólo momento nos marca para siempre sin saber que hubiese sido el después, historias inacabadas que dejan un gusto amargo en la boca y que nos rondan hasta el final de nuestros días…y un tango que me envuelve como mortaja diciéndome quién soy.