viernes, febrero 22, 2008

El malandra


El malandra oteaba desde la esquina, las manos en los bolsillos y la mirada huidiza.Sus ojos seguían sus pasos sin prisas, toda ella irradiaba luz de pureza, esa que sana heridas.
La piba llevaba siempre colgada una sonrisa que permitía ver una hilera de dientes parejos y blancos como perlas; cabellos dorados robados al sol del mediodía, dos bolitas azul cielo y una figura esbelta que le quitaba el aire.
El pucho en los labios y el humo que le hacían entrecerrar los ojos, le daban un toque de fiereza a esa mirada que la seguía por dos hendijas, como tajos dibujados en su cara.
Conocía todos sus movimientos, a la hora que salía para hacerle las compras a la vieja, el horario del colegio, las salidas al cine el fin de semana, sus amigas, el chabón que la cortejaba para sólo robarle un beso a escondidas, erupcionándole rubores en su hermosa cara.
Obsesión que le revolvía las tripas que lo destinaban al desvelo de noches eternas.
Era tan linda decía para sus adentros, que la Virgen de Luján debió parecerse a ella.
Se apostaba cada día en la esquina, al lado del destartalado almacén que envejeció al avance implacable de los hipermercados escapándole a los canas,…ya sabía lo que era estar en cafua y no quería volver ahí.
Aún conservaba la fama de cuchillero pero los años se le vinieron encima sin haber conocido las ternuras de una mujer; ahora, un ángel había llegado a su vida para trastocar esa calma ficticia de quien ve pasar la vida sin sobresaltos; habiéndose retirado de todo lo que hoy no lo enorgullecía.
Prendió otro faso con la brasa del que ya se había consumido y volvió a meter las manos en los bolsillos del pantalón.
Venía hacia él como cada día, pero sólo era una ilusión porque ella no lo veía.
Entró al almacén para llevarse el pan y su voz dulce y cantarina dio los buenos días, para él fue canción de Nereidas que lo hipnotizaban hasta hacerle perder la razón, desdibujándole los contornos del lugar creyendo estar en el paraíso…
Y la vio marchar para entrar en el zaguán de su casa.
Ya en su pieza se tiró en el catre para soñarla, hasta el apetito se le había ido, sólo fumaba y se cebaba algún mate para engañar el estómago.
En la oscuridad de la noche, apostado en la acera de enfrente y apoyado detrás de un árbol, su mirada acariciaba la puerta cancel de un zaguán inundado de glicinas y malvones, en donde ella se hacía arrumacos con el gil que la pretendía.
Hasta donde estaba llegaban sus voces y paraba la oreja cuando se susurraban un te quiero, deseando ser él a quién se lo dijera.
Cada día la misma rutina, rutina hecha costumbre aún cuando llovía, todo para poder verla, escucharla e imperceptiblemente olerla cuando el viento soplaba, para inundarlo con su aroma virginal hasta las trancas.
Con 50 años y varias muertes en su haber, se conformaba con una fantasía, una inalcanzable que le daba sentido a su mísera vida hasta que llegara la parca, y no notó que ya lo rondaba en un día como cualquier otro; él detrás del árbol como tantas noches en que los miraba despedirse entre abrazos.
El gil se calzó el casco, se montó en su moto mientras ella lo miraba y levantándole el brazo le insinuaba un chau agitando su mano.
La moto doblo la esquina y todo fue tan rápido; de un coche que estaba estacionado bajaron dos tipos que corrieron hasta la puerta cancel que aún la piba no había cerrado.
Uno la tomo por detrás tapándole la boca con una mano mientras la otra le rodeaba el pecho inmovilizándola; el otro empujo la puerta para entrar.
Su reacción fue instantánea movido por un acto reflejo, corrió de inmediato cruzando de acera, la mano buscando el cuchillo que siempre llevaba en la cintura del pantalón y que ya relucía en sus agarrotados dedos.
Tomó de los pelos al que la tenía y tirando su cabeza hacía atrás, le rebanó el cuello limpiamente dejándolo caer al suelo; el otro se dio vuelta sin comprender pistola en mano, cuando ya el malandra, apartándola a ella de un tirón, le caía encima hundiéndole el cuchillo en el vientre sacándolo velozmente para asestarle otra puñalada; el otro herido de muerte, le disparó a quemaropa el cargador.
Los tres yacían en la vereda teñida de rojo sangre; se encendieron las luces de las casas, se ilumino toda la calle, vocerío de los vecinos que se acercaban a ver que pasaba, y el ulular de la patrulla policial que se acercaba.
Ella se agacho y le sostuvo la mano, lo miraba llorando y sus lágrimas al resbalar le caían en la cara.
Quiso articular palabras que no salían de su boca, mientras ella pedía a gritos llamaran a una ambulancia.
Todo había terminado, el malandra murió con los ojos abiertos mirándola y una sonrisa en los labios húmedos de sal;… él que nunca había hecho nada bueno, él,…la había salvado.

1 Comments:

Blogger contesquenosoncontes said...

Mi relato faborito,me encanta¡¡
como odo lo que escribes.

3:14 p. m.  

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