miércoles, mayo 18, 2011

Una fría y oscura noche (relato erótico leído en la semana Joven de Sallent, Provincia de Barcelona)

El recuerdo seguía vigente a pesar de los años sin querer caducar. Había noches en donde se hacía patente y con solo cerrar los ojos, se veía como aquella vez nuevamente, ingenua e insegura. La nostalgia la envolvía arrullándola y trasladándola a un tiempo ido, revivía ese amor fugaz, amor de un momento, convirtiéndolo en intemporal. La ensoñación la trasladó a ese momento único e irrepetible, diez años atrás ubicándose en el lugar exacto…

Miró por centésima vez el reloj pulsera ajustando la visión, la noche fría y oscura no la dejaba verlo bien, pero como siempre llegaba tarde. Sus pasos apurados la llevaban a la parada del bus, era el último de la noche y si lo perdía no había forma de volver a casa, a menos que a esas horas pasara un taxi y pensó en cuanto dinero llevaba encima, se dijo que no le alcanzaría para pagarlo así que trotando, llegó justo a tiempo. Subió y notó que alguien ascendía detrás, no lo había visto en su apuro y después de recibir su boleto se arrebujó en un asiento frotándose las manos.
El otoño estaba abriendo paso a los primeros fríos que anunciaban la llegada del invierno y tuvo un escalofrío al sentirse al abrigo cálido del bus que ya se ponía en movimiento. Levantó la vista y lo vio, parado oteando hacia el fondo, buscando un lugar para sentarse. Iba lleno y reparó que el único lugar disponible estaba al lado de ella, la miró, se desabotonó la chaqueta y se sentó a su lado.
- Se vino el frío de golpe ¿no? – le dijo sonriéndole. Nunca antes le habían dirigido la palabra al viajar y por cortesía le respondió tímidamente.
- Sí, ésta noche hace mucho frío – su ojos de un azul claro le mantenían la mirada atravesándola. Recorrió su cara en breves segundos antes de bajar los ojos, su sonrisa dejaba entrever unos dientes blancos y parejos, de labios finos, la nariz aguileña y el cabello algo largo de color castaño oscuro. Sintió brotar el rubor en sus mejillas al comprobar que estaba hablando con un extraño y que además le gustó al escuchar su voz tan varonil.
- Me llamo Agustín ¿y vos? – era bonita pensó él. Llevaba el cabello rojizo largo atado en una coleta, sus ojos color avellana rasgados le adjudicaban una mirada gatuna, sus labios carnosos y rojos, de silueta espigada y alta, que observó al verla subir tan apurada delante suyo. Ella no había reparado en él, pero a él no se le escapó detalle.
- Paula, me llamo Paula…- su arrebatada cara le producía un calor a punto de hacérsela estallar, estaba algo turbada mirando a ese desconocido que le producía cierta excitación. Olía a loción después de afeitar y le agradaba mucho.
- Varias veces viajamos juntos a esta misma hora y nunca había reparado en lo lindo que son tus ojos. - y era verdad. Él siempre estaba apurado como ella y no se detenían en mirar alrededor y hoy, un simple impulso, los convertía en conocidos.
- Vivo apurada, me levanto temprano cada día para ir al trabajo, mis comidas son a las corridas y llego a la Facultad fatigada donde curso tres materias. Me apuro al salir para poder tomar el último bus que me devuelve a casa y el agotamiento suele convertirme en una autómata… discúlpame,… hablo demasiado y no es común en mí.- sintió vergüenza por tanta verborragia nacida no sabía de dónde.
- No te disculpes, a mi me pasa lo mismo. Yo también curso en la misma Facultad que vos, ¡pero nunca nos cruzamos…! - rió y su risa le llego con inusitada alegría.
Hablaron durante todo el viaje riendo por momentos, contándose sus historias personales, diciéndose donde vivían, mientras los pasajeros iban bajando en las distintas paradas hasta que sólo quedaron ellos dos. En un momento dado el le tomó las manos para que notara lo frías que estaban las suyas. La sensación que sintió al simple contacto, le recorrió el cuerpo como una descarga eléctrica, que no le paso desapercibida a él que sintió lo mismo. La atracción era mutua y después de 55 minutos de viaje, ella llegaba a su destino.
Él bajó con ella para acompañarla hasta la puerta de su casa, la de él quedaba a unas calles de la de ella y le dijo que se quedaría más tranquilo si la dejaba sana y salva, después él recorrería esas calles hasta la suya. Eso la impresionó, era un detalle que la hizo sentirse halagada y protegida.
Ya en la puerta, ella la abrió y le dio las gracias mientras encendía la luz del hall de entrada al edificio de apartamentos. Él le acercó la cara para darle un beso de buenas noches y sin quererlo sus labios se encontraron. Fue un roce tibio de labios y consternada lo miró a los ojos inquisitivamente. Sin mediar palabra alguna, dejándose llevar por el momento, se abrazaron y besaron apasionadamente entreabriendo las bocas y paladeándose, sus lenguas jugaron alborotadas.
Lo arrastró hacia dentro y la puerta se cerró a sus espaldas silenciosamente. La luz se apagó y a tientas, buscaron desaparecer al amparo de las sombras subiendo algunos peldaños de la escalera. Con torpeza y sin dejar de besarse, se fueron despojando de sus abrigos y estrechando aún más sus cuerpos, fueron palpando las partes íntimas en un reconocimiento interminable.
La falda corta propició el manejo de su mano hábil al apartar la braga de su sexo, acariciándola y excitándola más.
Estimulada y enardecida, sus manos torpes bajaron la cremallera del pantalón de él queriendo incitarlo a seguir adelante. No hizo falta, sintió en su mano el miembro viril erecto y duro. Con besos quisieron acallar los gemidos mientras el corazón se desbocaba agitado. Él con inevitable urgencia la hizo sentar al borde de un escalón abriéndole las piernas y arrodillado delante de ella un escalón más abajo, se acomodó entre sus muslos y la penetró con ímpetu. Entre aceleres que urgían y demoras que prolongaban el placer, fueron retrasando el clímax.
Después…después se arreglaron la ropa, se despidieron con un beso ardiente y la puerta se cerró detrás de él para siempre.

Hoy, a sus 29 años sigue recordándolo y pensando que tal vez sus caminos vuelvan a cruzarse o sólo quede de él, la reminiscencia de un espejismo.