sábado, octubre 21, 2006

Ceguera




















Su mecha larga, nueva e impregnada de cera, arde presurosa, al solo contacto de la flama de una cerilla encendida. La llama avivada y solícita, se yergue erguida, voluptuosa y esbelta a la vez, iluminando con nitidez, los objetos que la rodean, pudiendo distinguir sus colores y sus formas. Por momentos, en su arder continuo, crepita e incluso despide unas pequeñas y casi imperceptibles chispas, pero la llama inexorable, voraz y despiadada, incinerándola, la va derritiendo, licuándola, disolviéndola, mientras la cera, corre a través de la vela, hincándose a sus pies y dejándole en su pared cilíndrica, un amasijo de siluetas extrañas.
No hay corrientes de aire, puertas y ventanas están cerradas, pero ella igual, inicia una coreografía dantesca occilando de un lado al otro, ascendiendo y descendiendo presurosamente, como si de una danza ritual se tratara. Su luz tenue, se va debilitando a medida que se va consumiendo sin pausa, la estática vela.
En su fragilidad, producto de su avidez, sumergida en la semipenumbra, las sombras que ella produce, se van agrandando, hasta agigantarse y su baile exótico, les confiere un movimiento diabólico, como si acechándome, fueran a caer sobre mí y engulléndome, me traguen haciéndome desparecer.
A medida que la va disolviendo, ella se va extinguiendo. Moribunda, en un intento de seguir encendida, hace que la infortunada mecha, exhale – cómo si de un último suspiro se tratase – un humo gris, que asciende ondulado y espiralado, perdiéndose, diluyéndose.
Ya llegó su fin, las sombras todo lo cubren y expirando se apaga, sumergiéndome en la tenebrosa oscuridad.
La ceguera que padezco, producto de una enfermedad, me privó de distinguir los colores de las cosas que me rodean y poder seguir admirando las formas y descubrir los distintos matices de la belleza.

Ahora, en ésta oscuridad total, en donde no éxiste ni un vestigio de luz, el tacto, el gusto, los olores y los sonidos, estimulan mí imaginación y veo entre tinieblas.