viernes, julio 06, 2007

Queman las palabras

















Queman las palabras que no te digo, pero más me chamusca el alma las que no oigo y se consumen en un fuego reprimido, de amante ausente e indeciso.
Palabras que me escosen el paladar y arañan mi garganta, como si arena hubiese bebido, sedienta de tus verbos que obnubilan mi penar.
Detén tu mirada en mis ojos que te hablan en silencio, muda la voz y el cuerpo en movimiento, lenguaje de convulsiones en abismales rincones, mientras declaman sonoros los besos.
Tocas mi piel sin manos y sola, te siento grullo galopando desbocado por el llano pálido, de un monte de Venus sin vellos ni color.
Impávido el reloj duerme congelando el tiempo, que bajo un manto de nieve y en letargo, espera paciente sople el Pampero y arrecie tus incertidumbres y miedos.
Calcinadas mis palabras recito, como una plegaria repetitiva elevada a un Dios con forma de hombre, un hombre en la postrimería de su vida.
Déjame escuchar de tu labia esas palabras que alguna vez me has dicho, más no las digas por escrito, tráelas hechas rumores y deposítalas en mis oídos, que yo murmuraré en los tuyos, mis agitados gemidos.
Se apagarán las farolas de las calles sumiéndonos en la negrura de la noche, y difuminando nuestras sombras, rebotarán contra las paredes las voces que ahogaran nuestros labios silentes y callarán cuando tu piel cubriendo la mía, estalle cósmica entre orgasmos.
Queman mis palabras sin sonido en la sordera distante entre tu latitud y la mía, destierro al confín inevitable del desierto llamado soledad, impedidos y enmudecidos, sin poder gritar lo que balbuceamos en el desamparo del alter ego, nuestra otra mitad.