sábado, octubre 21, 2006

¡Qué no amanezca pido!



Me estremece la luz del sol que entra por la ventana, anunciando el fin del sueño que se revela queriendo persistir en su delirio.
En él me hallo entre tus brazos rodeando los míos tu pecho desnudo, mirándome en tus ojos en la sombría penumbra de un cuarto en el que tú no estás, brumoso como luz otoñal invadiendo mis tristezas y acaparando mis angustias.
Habitas en lo recóndito de mi alma, enajenada en el deseo de ésta hoguera que me abrasa, los muslos temblorosos abren su puerta a ésta hambruna, mendigos de tus favores para que la traspases, enarbolando impetuoso el sentido que descansa laxo en tu entrepierna, emblema del macho que me combate.
Revolotean golondrinas expandiendo gemidos heridos, besos que yacen en el amasijo de las sábanas, recreándose con lascivos labios que serpentean vericuetos sorbiéndose los líquidos,…el tuyo y el mío.
Pieles escaldadas por frenéticos roces, de manos que recorren las rutas en el mapa de las epidermis húmedas, clamando el sexo enloquecido hundirse en el abismo, de la carne que silente implora.
Desnuda sin vestimenta que engalane, prístina sencillez sin maquillaje, mujer y hembra, pura y lasciva, auténtica y apañadora,…así me descubro sin artificios, única.
¡Qué no amanezca pido!,…para seguir soñándote,…anudadas las extremidades, abrochados nuestros sentidos, abotonados como animales,…dejando escapar el grito.

Fin